Cigarrera

28 05 1995

Dentro de la cigarrera, tengo 5 cigarros Chesterfield azules. Llevo fumando estos cigarros desde el otoño de 2013. Mi hábito con esta marca empezó cuando trabajé en la fábrica de jabón.  Yo fumaba Marlboro rojos, y antes de eso creo que fumé Lucky Strike, aunque nunca me gustaron mucho. Federico y Daniel Silva fuman Lucky Strike, a veces Sofía también. Yo no logré entenderlos. Un día que no tenía cigarros, los obreros me regalaron un Delicado. Me mareé muchísimo y se burlaron de mí. Por demostrar algo, yo no sé qué, empecé a fumar Delicados, pero claros. Recuerdo una vez en el área de fumar –que estaba al lado de la caseta, en una banca modular de asientos setenteros de fibra de vidrio pintada de naranja– dos obreros platicaban de la escuela pública, de las cuotas que tenían que pagar para sus hijos. Uno le decía al otro que tenía que comprar zapatos nuevos para su hija, pero que lo veía difícil. Yo, blanca e hija del patrón, me sorprendí. Pero entendí de forma sincera, lo que representaba para ellos la pobreza y para mí el privilegio.


Tuve también una fase de Marlboro blancos, pero esos los combinaba con los Delicados azules. El uso del Marlboro blanco venía, más que nada, de vivir con Flora. Ella fuma esos cigarros. Raúl, su esposo, fuma Marlboro rojos y marihuana. Unos porros generalmente hechos con una factura muy pobre, pero que sacan de apuros cuando se quiere estar pacheco. Flora, en cambio, no fuma mota, pero disfruta sus blancos. Para mí, ese filtro es demasiado grueso y nunca siento que estoy fumando tabaco en realidad. La sensación del hit dura menos y entonces, uno fuma más. 


Los Delicados eran una cosa maravillosa, 24 cigarros por 48 pesos. Recuerdo que Verana y Chava también fumaban Delicados azules. Creo que ahora ninguno de los dos fuma, bueno, Salvador siempre deja y regresa, deja y regresa. Es el tipo de persona a la que tienes que preguntarle ¿estás fumando? Antes de ofrecerle un cigarro. O simplemente fuma cuando le toca, lo ves encender un cigarro para hacer una pregunta estúpida cómo ¿volviste? Pues claro que volvió, trae un cigarro prendido en la boca. De todos modos, siempre he admirado que para de fumar por periodos de 2 semanas, 3 meses, 5 días, a veces hasta 4 o 6 meses. Yo, en cambio, me hice fumadora mientras vivía en Augsburg, a los 16 años, y no me he detenido desde entonces. Ahora que tengo 26 es oficialmente mi décimo aniversario siendo fumadora. Puedo decir que sólo he tomado una pausa de 11 meses y fue, sobre todo, porque Manolo (mi novio de ese momento) necesitaba parar. Él dejó el cigarro desde entonces, y yo, en cuanto cortamos, regresé. 


Phillip Morris compró Delicados cuando yo estaba terminando la universidad. Lo vi cambiar, como consumidor religioso de su producto, vi la transformación gráfica y económica. Estuve esperando el cambio de sabor en mi boca, pero sinceramente, nunca llegó. Todavía vivía en la calle de Celaya en el departamento que Flora y yo compartíamos. Estaba a lado de la Legión Americana en donde pasaban las cosas más raras. Los jueves ponían hip-hop, los viernes ponían techno y los domingos personas de la tercera edad jugaban Bingo. Todos gringos, y de vez en cuando uno que otro mexicano del Americano o de cualquier otra escuela de las Lomas se mezclaba por ahí. 


Flora y yo fumábamos y nos emborrachábamos todo el día, me cuesta trabajo pensar a qué hora iba al escuela y a la oficina. Siempre teníamos invitados en la casa. Venían desde temprano, los viernes aparecían desde las cuatro de la tarde. Los sábados, a veces hasta llegaban a medio día. Por la noche, la luz de la ciudad producía un alba confuso en el que siempre parecía que estaba amaneciendo. Los invitados se quedaban hasta que ese azul artificial fuera pintada por el sol. A veces, se iban los invitados y Flora y yo igual nos quedábamos, nosotras solas, hasta que nuestros cuerpos no aguantaran más y nos ayudábamos mutuamente a llegar a nuestros respectivos cuartos. 


No sé de qué tanto hablábamos, quizás de chismes; contábamos historias, platicabamos de la escuela, del trabajo. Del filósofo que acabamos de conocer en clases, de la droga que probamos la semana anterior, de la película malísima que vimos en la cineteca, de la relación que acaba de empezar, de la que acaba de terminar, del amor, del desamor, del dinero, del arte, de la música. Los invitados se sentaban sobre el comedor, en una mesa que hizo mi mamá. La mesa era una puerta que compramos en Home Depot y barnizamos. Las patas, no sé dónde las compró, en algún taller de carpintería en Querétaro. Las pintamos de negro. Mi mamá ensambló la mesa, mientras yo tomaba una siesta en el piso, con la cabeza en la maleta de herramientas. Estaba cansada, entre la fiesta, la universidad y el trabajo, cualquier oportunidad para dormir era buena.  


Me acuerdo que compramos juntas las sillas en Galerías del Triunfo. Eran un rip-off de las Eames. Al final, después de dos años de uso, pero uso uso, tanto las sillas como la mesa, se terminaron. La mesa se zafó, algunas sillas perdieron piezas –unos tornillos que, conforme se caían, inútilmente guardamos el closet por meses. Pero eso sí, mientras vivimos ahí, la puerta barnizada y las sillas piratas fueron el soporte de muchas conversaciones, escupidas bajo la influencia del mezcal, que se tomaba en unos caballitos que, por dos años consecutivos, nos robamos del Festival de Cine de Morelia.


Fue en ese entonces, que nos enteramos que Delicados iba a desaparecer. Decían que era porque querían unificar todas las marcas de cigarros “baratos” en una misma. Delciados era una marca mexicana y Chesterfield era británica, ahora ambas son americanas. Delicados era la penúltima marca mexicana sobreviviente, y la vendieron. Un día la caja con su escudo de león y su forma particular cuadrada tenía del lado superior izquierdo un letrero que decía “Próximamente Chesterfield”. ¿Qué chingados? –pensé. Pero no le di mucha importancia. Unos meses después, la mitad de la caja decía “Próximamente Chesterfield” y la otra mitad era Delciados. Luego, sólo la parte inferior izquierda decía “Anteriormente Delicados”. Como fumadora devota, se me rompió el corazón. Me gustaba fumar cigarros mexicanos. Me gustaba pensar que no sólo la producción pasaba en México, sino que también era una marca mexicana. Murió. Un día llegaron los nuevos Chesterfield y su caja era horrible, es horrible. Ahora sí parecían cigarros baratos. Traté de fumar otras cosas, Camel, Marlboro, Lucky Strike. Traté de fumar rolados, traté incluso de dejar de fumar. Nada funcionó y ahora fumo Chesterfield. 


Es así como mi cajetilla tiene 4 cigarros Chesterfield azules. Eran 5, pero me fumé uno mientras escribía esto. Obvio. Tengo también una cajetilla sin abrir por lo que entre los 4 de mi cigarrera y los 20 de la cajetilla, tengo 24: como en los viejos tiempos. Las dos cajas que tenía me las trajo María José la semana pasada que vino a visitar Los Ángeles. Es lo que siempre pido cuando alguien viene de México, Delicados, ¡Por favor! La gente los sigue llamando Delicados allá, no creo que dure mucho. Yo lo uso como un pequeño acto de resistencia a la invasión yankee en México. Ya que lentamente no sólo han tomado nuestros espacios, sino que también desaparecieron nuestros cigarros. 


Los Angeles. Invierno 2021





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